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De la infancia a la adolescencia: Un viaje de transformaciones

 



La adolescencia es una etapa de la vida fascinante, intensa y, a menudo, desafiante. Es el puente entre la infancia y la adultez, donde no solo cambia el cuerpo, sino también la forma de pensar, sentir y relacionarse con los demás. Entender este proceso desde la psicología del desarrollo nos permite acompañar mejor a los jóvenes en esta etapa decisiva de sus vidas.


 Transición física y emocional: del cuerpo infantil al adulto

Durante la adolescencia, el cuerpo experimenta profundos cambios físicos impulsados por las hormonas. La pubertad marca el inicio de este proceso: crecimiento acelerado, desarrollo de los caracteres sexuales secundarios, cambios en la voz, aparición del vello corporal y desarrollo de los órganos reproductivos.

En el plano emocional, estos cambios generan una montaña rusa de sensaciones: euforia, tristeza, rabia y vergüenza pueden aparecer de forma repentina. Además, surgen diferencias evidentes entre hombres y mujeres, tanto a nivel físico como en la forma de gestionar emociones y vínculos afectivos.

Uno de los principales hitos que marcan el inicio de la adolescencia es la pubertad, un proceso de maduración fisiológica regulado por el sistema endocrino, particularmente por el eje hipotálamo-hipófisis-gonadal. Este proceso incluye:

  •          Desarrollo de los caracteres sexuales secundarios, como el crecimiento del vello corporal, cambios en la voz y en la distribución del tejido graso y muscular.
  •          Menarquia en las mujeres y espermarquia en los varones, que marcan la capacidad reproductiva.
  •          Aceleración del crecimiento físico, que puede generar desajustes temporales en la coordinación y la imagen corporales.

Los cambios físicos pueden influir significativamente en la autopercepción y en la autoestima, especialmente en un contexto social donde la apariencia cobra un valor relevante.

Adolescencia y desarrollo cognitivo: del egocentrismo al pensamiento formal

Cognitivamente, la adolescencia se caracteriza por el paso del pensamiento concreto al pensamiento formal, según Piaget. Esto significa que los jóvenes empiezan a manejar conceptos abstractos, hipótesis y razonamientos lógicos complejos. No obstante, también pueden presentar egocentrismo adolescente, creyéndose el centro de atención o sintiendo que sus emociones son únicas e incomprendidas.

Aquí aparecen dos formas de pensar:

  • Intuición: rápida, automática y emocional.

  • Análisis: lenta, lógica y reflexiva.

Ambas conviven gracias al procesamiento dual, aunque no siempre en equilibrio. Este desarrollo también se relaciona con el crecimiento del cerebro, especialmente del lóbulo prefrontal, que sigue madurando hasta la adultez temprana.

Entre las habilidades cognitivas más relevantes se encuentran:

  •          Razonamiento hipotético-deductivo: permite formular hipótesis, prever consecuencias y realizar inferencias complejas.
  •          Pensamiento crítico y metacognición: los adolescentes comienzan a cuestionar normas, ideologías y estructuras sociales.
  • ·         Egocentrismo adolescente (Elkind, 1967): caracterizado por fenómenos como la audiencia imaginaria (“todos me observan”) y la fábula personal (“soy único e invulnerable”).

Este desarrollo cognitivo permite al adolescente explorar su identidad, valores y metas, pero también puede conllevar conflictos con figuras de autoridad y la aparición de conductas de riesgo.

Desarrollo social: identidad y relaciones

Uno de los grandes retos de esta etapa es la construcción de la identidad en varias dimensiones:

  • Vocacional: ¿Qué quiero ser?

  • Religiosa: ¿Qué valores me representan?

  • Sexual: ¿Quién soy y cómo me relaciono afectivamente?

En este proceso, las relaciones sociales cobran un papel esencial. Se da una transición de la socialización primaria (familia) a la secundaria (amigos, escuela, redes sociales). Las amistades ganan protagonismo y los vínculos con adultos (padres, docentes) se transforman, a veces con conflictos, pero también con posibilidades de diálogo y crecimiento mutuo.

Uno de los principales desafíos de esta etapa es la construcción de la identidad, según Erikson (1968), quien define esta etapa como el conflicto entre identidad vs. confusión de roles. En esta fase, los adolescentes exploran distintas formas de ser, roles sociales y valores, buscando coherencia entre su autoconcepto y la percepción externa.

La búsqueda de autonomía se intensifica, expresándose en la toma de decisiones personales, la necesidad de independencia del núcleo familiar y la creciente influencia del grupo de pares. Las relaciones sociales se complejizan, y la amistad y las relaciones afectivas cobran una importancia central.

Adicionalmente, el adolescente comienza a interiorizar normas sociales, desarrollar empatía y construir un sentido de pertenencia y propósito. Estas transformaciones están estrechamente mediadas por el contexto sociocultural, la calidad del apego temprano y las experiencias educativas y familiares.

 Desarrollo emocional y moral: sentir, pensar y actuar

Desde la perspectiva emocional, la adolescencia implica aprender a reconocer, nombrar y regular las emociones. Es un proceso influenciado por el entorno familiar, educativo y cultural. La educación emocional en este momento es clave para prevenir conductas de riesgo y favorecer relaciones saludables.

Moralmente, los adolescentes comienzan a cuestionar normas y a desarrollar un sentido de justicia propio. Pasan del cumplimiento de reglas por obediencia, a decidir con base en principios éticos y valores personales, un cambio descrito en los modelos de desarrollo moral como el de Kohlberg.

Durante la adolescencia se intensifican las emociones y se incrementa la labilidad emocional, en parte debido a los cambios hormonales, pero también a la reorganización neuropsicológica. Estudios recientes en neurociencia indican que el cerebro adolescente experimenta una reconfiguración significativa, especialmente en el córtex prefrontal (asociado a la autorregulación, toma de decisiones y juicio moral) y el sistema límbico (relacionado con las emociones y la recompensa).

Esto explica, en parte, la propensión a conductas impulsivas, búsqueda de sensaciones, y vulnerabilidad a influencias externas. Si bien estas conductas pueden ser adaptativas en la exploración del entorno, también pueden conllevar riesgos si no existen redes de apoyo y orientación adecuadas.

Factores de riesgo en la adolescencia

La etapa adolescente también implica riesgos que pueden comprometer el bienestar físico y psicológico. Algunos de los más comunes incluyen:

  • Trastornos alimenticios: como la anorexia o la bulimia, marcados por la presión social y la autoimagen.

  • Embarazo adolescente: especialmente antes de los 16 años, con impactos emocionales y sociales significativos.

  • Adicción a la tecnología: dificultad para desconectarse, bajo rendimiento académico y alteración del sueño.

  • Ciberpeligros: como el grooming, el sexting o el ciberacoso.

  • Consumo de sustancias: el uso y abuso de drogas puede estar relacionado con baja autoestima, presión grupal o búsqueda de pertenencia.

Acompañar con conciencia y empatía

La adolescencia no es solo una etapa de riesgos, también es una oportunidad maravillosa de crecimiento, descubrimiento e independencia. Como padres, docentes, profesionales de la salud o simplemente adultos cercanos, tenemos la responsabilidad de acompañar a los adolescentes con escucha activa, orientación firme pero afectuosa, y con herramientas que les permitan convertirse en adultos plenos y conscientes.

Debemos agregar que, la adolescencia es una etapa clave para el desarrollo de la identidad, la autonomía y la integración social. Los cambios que la caracterizan son múltiples y se encuentran profundamente interrelacionados. Una comprensión integral de esta fase del desarrollo, desde una perspectiva biopsicosocial, resulta fundamental para la prevención de problemáticas psicosociales y para el acompañamiento saludable del adolescente en su camino hacia la adultez.


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